jueves, 23 de octubre de 2008

Los gatos negros de la calle Bucarés

La ciudad despierta a las nueve, noctámbulos, cierran los negocios. Los bares, pura tristeza, un piloto de negro bajo esa lluvia tan tonta y callada como las ventanas, los edificios.
Se prenden los faroles, heridas, como lágrimas de diamante. Las botas siguen caminando, paseo y trotecito suave disfrutando secretamente ese respiro de monstruo cruel. Vamos a seguir unas cuadras, total, qué puede pasar, y doblamos en la próxima, sorteando charcos, oculta la cara, avanza a tropezones, se atraganta, tose, toda roja, toda furiosa, toda hermosa. Es una muñequita de porcelana y vuelve a su mugroso departamento. Algo, lo que sea, ayúdeme señorita. Rebusca en los bolsillos. Gracias, preciosa, sigue camino. Maullidos y los moretones, se relamen los bigotes a falta de tentenpiés. Son los gatos, los más sufridos, escupiendo su blues crudo a la luna redonda redonda. Número 335, las llaves, subiendo. Ni ganas de armar la cama, yogur y sofá. Allá abajo sigue la música, qué diran los vecinos, nunca nunca mueren los gatos negros de la calle Bucarés

1 comentario:

arlequine dijo...

Sos tan humano.

(colgué con mi blog)